miércoles, 3 de septiembre de 2014

Y SE HIZO EL SILENCIO.

Un rincón de nuestro pueblo.
                                     

Llega septiembre y en nuestro pueblo todo cambia: las calles que antes estaban llenas de gente, aparecen ahora vacías; los gritos alborotados de los niños han desaparecido; el trasiego de coches que iba de un lado a otro, se reduce ahora a un pequeño goteo de largas intermitencias. Es otro pueblo. Más tranquilo. Más nuestro.
La luz cegadora de septiembre lo baña todo, cubriendo las superficies de una capa que desdibuja las formas y las dota casi de una sensación de irrealidad. El paisaje adquiere en esta época una belleza que me impresiona porque transmite esa lucha de quien se resiste a dejarse transformar, a sucumbir ante los rigores del cambio que traerá consigo el otoño (ya esperando a la vuelta de la esquina). Como si se negara a dejar soltar lo que ya no tiene valor alguno, lo que no es más que pura decadencia....
Parecía, hace apenas unos días, que la realidad del pueblo era esa: las risas, las conversaciones ruidosas, la algarabía, el ruido, la actividad frenética; sin embargo, no es así: el silencio se ha establecido de nuevo, lo ha invadido todo; el tiempo ha dejado de transcurrir velozmente para relajarse y mostrarnos lo que se esconde tras tanta huida.  Las caras vuelven a ser las mismas que las de siempre y la normalidad se impone. De repente, parece que los pocos que quedamos nos relajamos, volvemos a nuestra anhelada normalidad y miramos con esperanza, entusiasmo y cierto recelo los cambios tan bruscos a los que tendremos que hacer frente. Porque nosotros, como el paisaje, al final no tenemos más remedio que rendirnos al inexorable paso del tiempo. 
  
Paloma Martín.