sábado, 26 de julio de 2014

Ritmo Lento.


Descubrimos esta cabaña por casualidad. Íbamos de paseo por nuestro camino favorito y una fina lluvia de verano empezó a caer. Al principio no le dimos mayor importancia, pero pronto la tormenta empezó a arreciar y tuvimos que buscar cobijo. La verdad es que no era la primera vez que veía esta cabaña (quizás a fuerza de  costumbre se había hecho invisible para mí), pero sí era la primera vez que era consciente de ella: nosotros cobijados bajo su pequeño porche, la lluvia cayendo fuertemente, los colores de los árboles y arbustos adquiriendo una mayor viveza, el olor a tierra mojada, el sonido gracioso y encantador de los pájaros que recibían con alegría el agua...., todo ello me llevó a un nuevo punto de reflexión. La necesidad de pararme a sentir lo que hay a mi alrededor. Tan ocupada estoy en la meta, en lo que tengo que hacer para llegar a un determinado lugar, que se me pasan por alto los detalles de todo lo que me rodea. Y aunque suene pretencioso, hasta se me pasan por alto mis propias emociones (quizás saturadas de tanto estímulo). Pararse es necesario. A esto invitaba la cabaña en aquel día en que fuimos sorprendidos por la tormenta y disfrutamos de un momento con los niños inolvidable. De esos pequeños momentos a ritmo lento se van forjando nuestras vidas y nuestros recuerdos y nuestros álbumes de memorias.

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